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Hasta mediados del siglo pasado, el estudio del fenómeno de la conducta desviada se encontraba anclado a las concepciones positivistas, que limitaban el objeto del análisis –centrándolo exclusivamente en el desviado, el antisocial, las motivaciones del comportamiento antisocial o desviado, etc.- y determinaban además el método del análisis (basado en la observación y la descripción del fenómeno, de carácter causalexplicativo). Se concebía al delincuente como una suerte de “entidad patológica” ante la cual la sociedad organizada en base a los inmutables valores que debía preservar a toda costa, debía actuar a fin de encontrar las razones de la patología, y aplicar el remedio. Tal ha sido (y es) la base ideológica fundamental de las políticas estatales dirigidas exclusivamente a la corrección del problema criminal, aplicando penas y sanciones con cada vez mayor severidad y violencia. Sin embargo, tal sustento doctrinario comenzó a declinar cuando los estudios sociológicos pusieron en tela de juicio la imagen estática de la organización social, establecida a base del sometimiento individual a las reglas establecidas por el grupo.
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